Historias del Graffiti
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ravimon
El-Me-cha
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Historias del Graffiti
HISTORIA DEL GRAFFITI I
A finales de los sesenta los adolescentes en la ciudad de Nueva York empezaron a escribir sus nombres en las paredes de sus barrios, aunque en realidad utilizaban pseudónimos, creandose así una identidad propia en la calle. Estos chicos escribían para sus amigos o incluso para sus enemigos. Quizás el ejemplo más significativo y a la vez el más conocido por todos sea el de Taki 183, un chico de origen griego que a la edad de 17 años comenzó a poner su apodo. Su verdadero nombre era Demetrius (de ahí el diminutivo “Taki”) y 183 era la calle donde vivía (poner el nombre de la calle fue un elemento usado por muchos más escritores). Taki trabajaba como mensajero y viajaba constantemente en el metro de un lado a otro de la ciudad. En el trayecto estampaba su tag (firma) en todos los lados, dentro y fuera del vagón. El no lo consideraba como algo malo, de hecho respondía así a las preguntas que le formularon en una entrevista en el New York Times: “Simplemente es algo que tengo que hacer. Trabajo, pago mis impuestos y no hago daño a nadie”. Estos actos le convirtieron en un héroe y poco después cientos de jóvenes empezaron a imitarle.
Algunos de los escritores también destacados de aquella época fueron: Frank 207, Chew 127, Julio 204, Bárbara 62... En principio no buscaban estilo, sólo querían aparecer por todos los lados. Es a partir de aquí cuando surgió el boom y cientos de adolescentes comenzaron a poner su nombre por toda la ciudad, haciéndose necesaria la creación de un estilo, tanto en la caligrafía, como en los métodos de ejecución o incluso los lugares utilizados para dicho fin. Por ejemplo, Soul 1, un escritor de la zona de Manhattan, se dedicó a escribir su nombre a media altura en los laterales de los edificios. Tracy 168 citaba: “Eran inalcanzables para el resto de los humanos. Parecía que podía volar”. También podríamos destacar la anécdota de Bama, cuyo deseo por superar a los demás en cuanto a emplazamiento de sus pintadas le llevó a intentar escribir su nombre en lo alto de una montaña situada en el norte del estado de Nueva York. Cual sería su sorpresa cuando al apartar los ramajes y limpiar la superficie vió que se le habían adelantado: “¡Mierda!”. Se lamentaba el muchacho. Un caso muy sonado fue el de Seen al pintar su nombre en letras gigantescas en el mismísimo letrero de la colina de Hollywood.
En cuanto a la caligrafía, en principio se utilizaba una bastante legible, hasta la llegada a Nueva York de un graffitero de Filadelfia llamado Top Cat, quien afirmaba que todo lo que sabía sobre graffiti lo había aprendido en el legendario pan de maíz de Filadelfia. Escribía su nombre en letras finas y alargadas muy juntas. Eran difíciles de entender, pero precisamente esto las hacía destacar de las demás y llamaban la atención del resto, por lo que un gran número de escritores de Manhattan adoptaron su estilo y lo bautizaron como “Broadway Elegant”. Como contra, algunos escritores de Brooklyn inventaron su propio estilo, que consistía en letras más separadas adornadas con corazones, flechas, espirales... Y, por supuesto, el Bronx también tuvo su periodo de popularidad de estilo cuyo resultado era la mezcla de los dos anteriores. Aunque hay que decir que al final cada escritor optó por la creación de su propio estilo. Llegó un momento en el que el amasijo de firmas era tal, que surgió la necesidad de concentrarse en el tamaño y color de las letras, surgiendo así los primeros tags con “outline” (filete o línea de borde) iniciados por Super Kool y que más tarde Phase 2 perfeccionó dando como resultado unas letras más gordas perfiladas y coloreadas: bubble letters o letras pompa. De aquí posteriormente nacieron los ya famosos throw up o vomitados, que como su nombre indica, son piezas espontáneas y de realización rápida. Otro tipo de letras son las block letters, perfectamente legibles similares a los rótulos. Pero el afán competitivo va más allá, y la obsesión por conseguir popularidad y respeto llega a una complejidad artística tal que las letras empiezan incluso a ser difíciles de entender, culminando así en el estilo más genuino del Bronx: Wild style o estilo salvaje.
Ya a finales de los setenta, el graffiti alcanza sus cotas más altas con la incorporación de imágenes de la iconografía popular tales como personajes de cómic o dibujos animados, e incluso retratos y autorretratos en forma de caricatura (estas influencias se verán más adelante en un apartado especial). Con la incorporación de estas imágenes aparecen en escena las complejas master pieces (piezas maestras), que además de hacer distinguir a los grandes maestros de los principiantes, amplían de manera considerable el tamaño de las obras.
La comunidad del writing arde de expresividad, y esto lleva a un estado de competitividad feroz que se traduce en el auge de las conocidas Guerras de estilo (Style Wars) para nada violentas. Esta competición desemboca en las alianzas entre escritores. Es un momento muy importante, puesto que nos encontramos ante el nacimiento de las crews (pandillas, grupos). Su objetivo es la de hacerse más fuertes y así conseguir el respeto de los demás. Hay que tener en cuenta de que el hecho de que haya más miembros de un mismo grupo poniendo el mismo nombre facilita el acto de “dejarse ver” (gettin’ up).
Esta época de esplendor no durará eternamente. En los primeros años de los ochenta, la MTA (Metropolitan Transit Authority) de Nueva York, comienza su encarnizada lucha contra el graffiti. Se denomina a los escritores como buffs (entusiastas) y se comienzan a tomar medidas tales como instalar nuevas vallas más sofisticadas en las cocheras de los vagones de metro, recubrir los vagones con pintura resistente, aumento de la vigilancia... Esto empieza a hacer flojear el graffiti de algún modo. Algunos escritores buscarán artimañas para seguir adelante en esta particular lucha. Otros buscarán otras alternativas, una de ellas es la de cruzar el Atlántico rumbo a Europa, dando a conocer esta subcultura en el viejo continente (este hecho es uno de los componentes de la posterior difusión de esta cultura en nuestro continente, aparte de otras, especialmente las favorecidas por los medios de comunicación). Aparte de la particular guerra con la MTA, aparece un nuevo personaje en el bando de los malos ejerciendo el papel de villano y contribuirá también al declibe de writting. Hablamos del crack que se adueña de la Gran Manzana y por si fuera poco esta droga letal no viene sola, sino que trae consigo todo lo que rodea a un mercado negro: Violencia y dinero.
Es una época en la que un arma de fuego es algo al alcance de cualquiera, y esto, de algún modo, cambia la mentalidad y el espíritu de muchos. Pero esto no es todo, se empiezan a promulgar leyes restringiendo la venta de pintura a los jóvenes, se obliga a los vendedores a guardar la pintura bajo llave y se endurecen las penas contra los escritores de graffiti.La gota que colma el vaso es sin duda el hecho más perjudicial. No basta con tener a las autoridades en contra sino que la propia sociedad e incluso los medios de comunicación (a través en muchos casos de campañas políticas) empiezan a volverse contra ellos. Surgen brigadas e incluso asociaciones de vecinos antigraffiti que promueven campañas, carteles... Surgen anuncios en televisión y en la prensa intentando concienciar del mal que las pintadas producen en la sociedad. Todo esto hace a los escritores mucho más territoriales y agresivos. Este aparente declive no es otra cosa que una etapa de respiro de la inminente llegada de que se nos viene encima: un segundo boom.
A mitad de esta década de los ochenta nos encontramos ante un periodo que podríamos denominar como una fase de supervivencia. Cuando todo parece ya perdido con la MTA como dueña y señora de la situación y la Transit Police en plenitud de fuerzas, cuando los tags, throw ups y demás elementos empiezan a escasear de manera alarmante o bien están tan escondidos que nadie los ve, aparece el nuevo héroe de la película que rescatará al graffiti de esta oscura fosa. La explosión a mediados de los ochenta del movimiento Hip-Hop reaviva la llama de la neoyorkina cultura del writing. Esto anima de nuevo a los adolescentes. Todos quieren ser b-boys (seguidores del hip hop). Los writers acompañados ahora por los breakers (bailarines de breakdance) y los Mc’s (cantantes de rap), están otra vez en el disparadero. Desde la Costa Oeste (California) llegan las noticias de la relativa facilidad para pintar trenes de mercancías, lo que animará a muchos escritores a coger sus latas (aunque muchos puristas neoyorkinos verán mal el graffiti en los mercancías).
También fomenta la resurrección del writing de forma inconsciente el acto de que la MTA empiece a retirar vagones averiados (trash trains) a cocheras para chatarra en Brooklyn, lo que hace que los apasionados del metro vuelvan a la carga impulsados por la esperanza de revivir los viejos y mejores tiempos, o por el simple hecho de tener una foto con su pieza en un vagón de metro neoyorkino. Sea como sea el writing resurge de entre sus cenizas, aunque los viejos tiempos nunca volverán.
El movimiento europeo iniciado a mediados de los ochenta nos trae en principio al graffiti dentro del paquete Hip-Hop, es decir, llega junto a otros dos elementos de este movimiento, en principio el break-dance y más tarde el rap, aunque con el tiempo éste tendrá su evolución propia dentro de esta cultura. Empiezan las giras de escritores americanos por Europa así como las de europeos por la meca del graffiti, donde este arte se va adueñando e instalándose en las calles, apropiandose de las paredes y las canchas de deporte de la ciudad, siguiendo esta costumbre en la actualidad: Piezas conmemorativas, homenajes a las víctimas del SIDA y de la violencia. A esto le sigue la proliferación de los fanzines de graffiti, que pasan de ser de fotocopias en blanco y negro a revistas a todo color e incluso a editarse como publicaciones desde el punto de vista legal y, como no, el último gran salto: El graffiti en Internet, donde infinidad de páginas recogen todo tipo de fotos y textos, reportajes, entrevistas a personajes, webs dedicadas a un sólo grupo o incluso a un sólo escritor, páginas de la vieja escuela, páginas de graffiti en trenes, chats, foros y un largo etcétera.
Todo esto y mucho más (eventos, concursos, programas, los cada vez más frecuentes anuncios en televisión, festivales, portadas de discos...) expanden y consolidan este arte de la calle pese al esfuerzo inútil de las autoridades (siendo incluso a veces ellas promotoras y financiadoras de muchos de los eventos y/o actividades) llegando incluso hasta las galerías de arte o generar dinero a sus autores. Los cada vez más espacios cedidos para practicar este acto de manera legal fomentan por un lado el desarrollo e integración del fenómeno en la sociedad y la decepción e inconformismo de los más puristas por otro. Sólo decir que el arte del writing ha pasado, queramos o no, a formar parte de nuestras calles, nuestros barrios, nuestras ciudades... En definitiva, de nuestras vidas, en un mundo en el que el poder de la imagen está a la orden del día.
A finales de los sesenta los adolescentes en la ciudad de Nueva York empezaron a escribir sus nombres en las paredes de sus barrios, aunque en realidad utilizaban pseudónimos, creandose así una identidad propia en la calle. Estos chicos escribían para sus amigos o incluso para sus enemigos. Quizás el ejemplo más significativo y a la vez el más conocido por todos sea el de Taki 183, un chico de origen griego que a la edad de 17 años comenzó a poner su apodo. Su verdadero nombre era Demetrius (de ahí el diminutivo “Taki”) y 183 era la calle donde vivía (poner el nombre de la calle fue un elemento usado por muchos más escritores). Taki trabajaba como mensajero y viajaba constantemente en el metro de un lado a otro de la ciudad. En el trayecto estampaba su tag (firma) en todos los lados, dentro y fuera del vagón. El no lo consideraba como algo malo, de hecho respondía así a las preguntas que le formularon en una entrevista en el New York Times: “Simplemente es algo que tengo que hacer. Trabajo, pago mis impuestos y no hago daño a nadie”. Estos actos le convirtieron en un héroe y poco después cientos de jóvenes empezaron a imitarle.
Algunos de los escritores también destacados de aquella época fueron: Frank 207, Chew 127, Julio 204, Bárbara 62... En principio no buscaban estilo, sólo querían aparecer por todos los lados. Es a partir de aquí cuando surgió el boom y cientos de adolescentes comenzaron a poner su nombre por toda la ciudad, haciéndose necesaria la creación de un estilo, tanto en la caligrafía, como en los métodos de ejecución o incluso los lugares utilizados para dicho fin. Por ejemplo, Soul 1, un escritor de la zona de Manhattan, se dedicó a escribir su nombre a media altura en los laterales de los edificios. Tracy 168 citaba: “Eran inalcanzables para el resto de los humanos. Parecía que podía volar”. También podríamos destacar la anécdota de Bama, cuyo deseo por superar a los demás en cuanto a emplazamiento de sus pintadas le llevó a intentar escribir su nombre en lo alto de una montaña situada en el norte del estado de Nueva York. Cual sería su sorpresa cuando al apartar los ramajes y limpiar la superficie vió que se le habían adelantado: “¡Mierda!”. Se lamentaba el muchacho. Un caso muy sonado fue el de Seen al pintar su nombre en letras gigantescas en el mismísimo letrero de la colina de Hollywood.
En cuanto a la caligrafía, en principio se utilizaba una bastante legible, hasta la llegada a Nueva York de un graffitero de Filadelfia llamado Top Cat, quien afirmaba que todo lo que sabía sobre graffiti lo había aprendido en el legendario pan de maíz de Filadelfia. Escribía su nombre en letras finas y alargadas muy juntas. Eran difíciles de entender, pero precisamente esto las hacía destacar de las demás y llamaban la atención del resto, por lo que un gran número de escritores de Manhattan adoptaron su estilo y lo bautizaron como “Broadway Elegant”. Como contra, algunos escritores de Brooklyn inventaron su propio estilo, que consistía en letras más separadas adornadas con corazones, flechas, espirales... Y, por supuesto, el Bronx también tuvo su periodo de popularidad de estilo cuyo resultado era la mezcla de los dos anteriores. Aunque hay que decir que al final cada escritor optó por la creación de su propio estilo. Llegó un momento en el que el amasijo de firmas era tal, que surgió la necesidad de concentrarse en el tamaño y color de las letras, surgiendo así los primeros tags con “outline” (filete o línea de borde) iniciados por Super Kool y que más tarde Phase 2 perfeccionó dando como resultado unas letras más gordas perfiladas y coloreadas: bubble letters o letras pompa. De aquí posteriormente nacieron los ya famosos throw up o vomitados, que como su nombre indica, son piezas espontáneas y de realización rápida. Otro tipo de letras son las block letters, perfectamente legibles similares a los rótulos. Pero el afán competitivo va más allá, y la obsesión por conseguir popularidad y respeto llega a una complejidad artística tal que las letras empiezan incluso a ser difíciles de entender, culminando así en el estilo más genuino del Bronx: Wild style o estilo salvaje.
Ya a finales de los setenta, el graffiti alcanza sus cotas más altas con la incorporación de imágenes de la iconografía popular tales como personajes de cómic o dibujos animados, e incluso retratos y autorretratos en forma de caricatura (estas influencias se verán más adelante en un apartado especial). Con la incorporación de estas imágenes aparecen en escena las complejas master pieces (piezas maestras), que además de hacer distinguir a los grandes maestros de los principiantes, amplían de manera considerable el tamaño de las obras.
La comunidad del writing arde de expresividad, y esto lleva a un estado de competitividad feroz que se traduce en el auge de las conocidas Guerras de estilo (Style Wars) para nada violentas. Esta competición desemboca en las alianzas entre escritores. Es un momento muy importante, puesto que nos encontramos ante el nacimiento de las crews (pandillas, grupos). Su objetivo es la de hacerse más fuertes y así conseguir el respeto de los demás. Hay que tener en cuenta de que el hecho de que haya más miembros de un mismo grupo poniendo el mismo nombre facilita el acto de “dejarse ver” (gettin’ up).
Esta época de esplendor no durará eternamente. En los primeros años de los ochenta, la MTA (Metropolitan Transit Authority) de Nueva York, comienza su encarnizada lucha contra el graffiti. Se denomina a los escritores como buffs (entusiastas) y se comienzan a tomar medidas tales como instalar nuevas vallas más sofisticadas en las cocheras de los vagones de metro, recubrir los vagones con pintura resistente, aumento de la vigilancia... Esto empieza a hacer flojear el graffiti de algún modo. Algunos escritores buscarán artimañas para seguir adelante en esta particular lucha. Otros buscarán otras alternativas, una de ellas es la de cruzar el Atlántico rumbo a Europa, dando a conocer esta subcultura en el viejo continente (este hecho es uno de los componentes de la posterior difusión de esta cultura en nuestro continente, aparte de otras, especialmente las favorecidas por los medios de comunicación). Aparte de la particular guerra con la MTA, aparece un nuevo personaje en el bando de los malos ejerciendo el papel de villano y contribuirá también al declibe de writting. Hablamos del crack que se adueña de la Gran Manzana y por si fuera poco esta droga letal no viene sola, sino que trae consigo todo lo que rodea a un mercado negro: Violencia y dinero.
Es una época en la que un arma de fuego es algo al alcance de cualquiera, y esto, de algún modo, cambia la mentalidad y el espíritu de muchos. Pero esto no es todo, se empiezan a promulgar leyes restringiendo la venta de pintura a los jóvenes, se obliga a los vendedores a guardar la pintura bajo llave y se endurecen las penas contra los escritores de graffiti.La gota que colma el vaso es sin duda el hecho más perjudicial. No basta con tener a las autoridades en contra sino que la propia sociedad e incluso los medios de comunicación (a través en muchos casos de campañas políticas) empiezan a volverse contra ellos. Surgen brigadas e incluso asociaciones de vecinos antigraffiti que promueven campañas, carteles... Surgen anuncios en televisión y en la prensa intentando concienciar del mal que las pintadas producen en la sociedad. Todo esto hace a los escritores mucho más territoriales y agresivos. Este aparente declive no es otra cosa que una etapa de respiro de la inminente llegada de que se nos viene encima: un segundo boom.
A mitad de esta década de los ochenta nos encontramos ante un periodo que podríamos denominar como una fase de supervivencia. Cuando todo parece ya perdido con la MTA como dueña y señora de la situación y la Transit Police en plenitud de fuerzas, cuando los tags, throw ups y demás elementos empiezan a escasear de manera alarmante o bien están tan escondidos que nadie los ve, aparece el nuevo héroe de la película que rescatará al graffiti de esta oscura fosa. La explosión a mediados de los ochenta del movimiento Hip-Hop reaviva la llama de la neoyorkina cultura del writing. Esto anima de nuevo a los adolescentes. Todos quieren ser b-boys (seguidores del hip hop). Los writers acompañados ahora por los breakers (bailarines de breakdance) y los Mc’s (cantantes de rap), están otra vez en el disparadero. Desde la Costa Oeste (California) llegan las noticias de la relativa facilidad para pintar trenes de mercancías, lo que animará a muchos escritores a coger sus latas (aunque muchos puristas neoyorkinos verán mal el graffiti en los mercancías).
También fomenta la resurrección del writing de forma inconsciente el acto de que la MTA empiece a retirar vagones averiados (trash trains) a cocheras para chatarra en Brooklyn, lo que hace que los apasionados del metro vuelvan a la carga impulsados por la esperanza de revivir los viejos y mejores tiempos, o por el simple hecho de tener una foto con su pieza en un vagón de metro neoyorkino. Sea como sea el writing resurge de entre sus cenizas, aunque los viejos tiempos nunca volverán.
El movimiento europeo iniciado a mediados de los ochenta nos trae en principio al graffiti dentro del paquete Hip-Hop, es decir, llega junto a otros dos elementos de este movimiento, en principio el break-dance y más tarde el rap, aunque con el tiempo éste tendrá su evolución propia dentro de esta cultura. Empiezan las giras de escritores americanos por Europa así como las de europeos por la meca del graffiti, donde este arte se va adueñando e instalándose en las calles, apropiandose de las paredes y las canchas de deporte de la ciudad, siguiendo esta costumbre en la actualidad: Piezas conmemorativas, homenajes a las víctimas del SIDA y de la violencia. A esto le sigue la proliferación de los fanzines de graffiti, que pasan de ser de fotocopias en blanco y negro a revistas a todo color e incluso a editarse como publicaciones desde el punto de vista legal y, como no, el último gran salto: El graffiti en Internet, donde infinidad de páginas recogen todo tipo de fotos y textos, reportajes, entrevistas a personajes, webs dedicadas a un sólo grupo o incluso a un sólo escritor, páginas de la vieja escuela, páginas de graffiti en trenes, chats, foros y un largo etcétera.
Todo esto y mucho más (eventos, concursos, programas, los cada vez más frecuentes anuncios en televisión, festivales, portadas de discos...) expanden y consolidan este arte de la calle pese al esfuerzo inútil de las autoridades (siendo incluso a veces ellas promotoras y financiadoras de muchos de los eventos y/o actividades) llegando incluso hasta las galerías de arte o generar dinero a sus autores. Los cada vez más espacios cedidos para practicar este acto de manera legal fomentan por un lado el desarrollo e integración del fenómeno en la sociedad y la decepción e inconformismo de los más puristas por otro. Sólo decir que el arte del writing ha pasado, queramos o no, a formar parte de nuestras calles, nuestros barrios, nuestras ciudades... En definitiva, de nuestras vidas, en un mundo en el que el poder de la imagen está a la orden del día.
Re: Historias del Graffiti
HISTORIA DEL GRAFFITI II
Se podría denominar como un factor común en todos los escritores del metro el concepto de competición que existía por la búsqueda de captar la atención de los usuarios del metropolitano así como de los escritores rivales. Esto les llevó a desarrollar nuevos recursos que intentarán impresionar por su originalidad o por su cantidad para resaltar sobre el resto. de esta manera, el graffiti evolucionaría de manera inconsciente en poco tiempo. Tal fue el grado de intervención del graffiti en los vagones que hoy nadie puede relatar la historia del metro neoyorkino sin dedicar un capítulo a sus pintadas.
Una vez más, como recurso narrativo, recurriré a impresiones de sus protagonistas. Qué mejor manera que reflejar los sentimientos de sus autores en un momento determinado, acercándonos a una visión subjetiva del los mismos que nos permita comprender mejor su afán por coseguir nuevas maneras de destacar sobre el resto. Voy a dividir en tres etapas el desarrollo del graffiti en el metro de Nueva York, atendiendo al espíritu y condicionantes del momento.
Esta es la etapa más primitiva del graffiti en el metro de Nueva York, su periodo de gestación, por decirlo de alguna forma. Cronológicamente coincide con finales de los años 60 hasta mediados de los 70. Hubo una gran evolución desde el uso de los primeros pinceles y rotuladores hasta la llegada de los aerosoles, mucho más rápido, limpios y, en definitiva, eficaces. Los primeros tags que se popularizaron fueron los de Taki 183 y otros escritores de época. Retomando un poco de historia recordaremos que el estilo de Top Cat (el Broadway Elegant) se implantó en otros escritores en la zona de Manhattan, lo que hizo que rápidamente surgieran estilos propios en Brooklyn y en el Bronx. Poco antes de mitad de los 70, nacieron innovaciones por parte de Super Kool y Phase 2 que vieron la necesidad de hacer destacar sus tags entre el inmenso amasijo de firmas que llenaban el interior y el exterior de los vagones.
Super Kool creó en 1972 el primer intento de "Obra Maestra" (Master Piece), que posteriormente se terminó llamando únicamente "Obra" (Piece). De la misma manera que los estilos de firma evolucionaban gracias a la aparición de nuevos rotuladores con nuevas puntas, los tags realizados con aerosol evolucionaron gracias a la llegada de válvulas de trazo grueso. Super Kool se dió cuenta de que intercambiando una válvula convencional de spray de pintura por otra del tipo de los sprays de espuma o almidón con una abertura mayor, el spray de pintura soltaba mayor cantidad de la misma, cubriendo mayor superficie en menor tiempo, dándoles además un aspecto aterciopelado, y ello con una sola pasada. Armado con un spray de pintura rosa con la válvula modificada y otro de pintura amarilla con válvula normal, Super Kool se introdujo en el apartadero de la calle 221 y pintó su nombre en grandes letras rosas perfiladas con una línea fina amarilla. La obra resultante estaba un tanto torcida y la forma de las letras era algo irregular, pero era la pieza más colorida y espectacular de las realizadas hasta el momento en el metro de Nueva York.
Por su parte, Phase 2, un escritor del Bronx, fue el primero en desarrollar una auténtica "Obra Maestra". Partiendo del diseño básico de la obra de Super Kool, escribió su nombre en letras inmensas, huecas, pero bien formadas, coloreadas y perfiladas, que bautizó con el nombre de "Letras Pompa" (Bubble Letters). De este estilo de letras creó posteriormente más variaciones abriendo además el camino a otros escritores que continuaron desarrollando las letras pompa.
Phase 2 y SuperKool encendieron la mecha de la etapa que posteriormente estallaría en una Guerra de Estilos (Style Wars) gracias al paso que dieron en la evolución de los primitivos tags a letras personalizadas con cuerpo y forma. Cabe destacar, antes de meternos en el periodo de la Guerra de estilos, otro precedente en la evolución del graffiti fue la obra de Pistol 1, un escritor de Brooklyn, que pintó la primera pieza con letras tridimensionales (3D Letters). Ésta consistía en su nombre pintado en letras rojas y blancas y sólo parcialmente perfiladas con una línea en determinadas zonas de la obra que le daban a la misma un aspecto tridimensional. El escritor Fred describía con las siguientes palabras la reacción de los demás escritores ante la obra tridimensional de pistol: "Vinieron a verla escritores de todas partes de la ciudad. Durante algún tiempo todo el mundo hablaba de ella porque todos querían hacer algo así, pero no se creían capaces. Pistol debió ensayarlo muchísimas veces en papel antes de conseguirlo". Pasado algún tiempo otros escritores empezaron a intentarlo, y luego eran muchos los que las hacían, incluso las mejoraban dándoles su toque personal.
Es la etapa comprendida entre mediados de los 70 y principios de los 80. Es un momento en el que el concepto de competición alcanza sus cotas más altas, produciéndose en este periodo obras de gran calidad. En este momento se introduce un nuevo concepto en el vocabulario del graffiti: "Maestro de estilo". Anteriormente se habían otorgado títulos similares a otros escritores, pero sólo en base al número de firmas u obras que habían logrado pintar.
Se produce entonces una dicotomía entre dos formas distintas de alcanzar la fama: ¿Cantidad o calidad? Ahora el estilo también pasa a ser un arma para destacar del resto aparte de la cantidad de firmas que un escritor fuese capaz de estampar. De ahí que la llamada guerra de estilos derive en un intento de innovación constante. Algunos escritores llegaron a cambiarse el nombre con la esperanza de que una nueva combinación de letras les inspirasen nuevos diseños. A lo largo de las líneas de todo el metropolitano, los escritores trataban de superarse unos a otros mediante el uso de colores y diseño de sus pintadas. A medida que se avanzaba técnicamente en la calidad de las obras, iba aumentando el tamaño de las mismas. Muchos escritores encontraban pequeño el espacio comprendido entre las ventanas y la parte inferior del tren y empezaron a extenderse por encima de éstas creando los conocidos "Top to bottom" (Piezas de arriba a abajo) que ocupaban desde la parte inferior del vagón hasta la superior del mismo. De igual manera se extendían en sentido longitudinal las llamadas "End to end" (Piezas de extremo a extremo), que ocupaban de un extremo del vagón a otro. Aron 155 describe de esta manera su reacción al ver por primera vez un Top to bottom: "Riff revolucionó el mundo del graffiti con el primer Top to bottom. Era muy bonito. De largo ocupaba como medio vagón y el nombre estaba pintado con letras amarillas con churretes rojos y sombras como si fueran grietas. Todo el mundo fue a verlas y no dejaban de hablar de ellas. Cuando yo la vi por primera vez iba con mi madre al juzgado, no lo pude resistir y me puse a dar saltos y a gritar. Ella me miró sin comprender nada".
La obras continuaron aumentando de tamaño y complejidad, hasta que, a finales del 73 se pintó el primer "Whole Car" o Vagón entero. Stan 153 recuerda así este acontecimiento: "Nada más aparecer, Flint 707 superó a todo el mundo. Hizo una obra en letras tridimensionales que ocupaba todo el lateral de un vagón, de arriba a abajo y de un extremoa otro. Estaban pintadas a rayas, como su fuera un caramelo, en color negro y plata con una lista azul y una nube en blanco. Como las letras eran en tres dimensiones daban la impresión de estar apoyadas sobre el vagón. Por entonces no se le había ocurrido a nadie pintar algo así. Para pintarlo tenías que colgarte del tren y podías caerte. Pero él lo hizo, y la gente se volvió loca después de aquello. Yo estaba allí cuando él empezó a pintar y le dije: No podrás, no hay manera de hacerlo. pero al día siguiente via toda aquella gente, hombres, mujeres y niños obserbando desde la valla de la cochera número tres. Me acerqué hacia ellos con Jace y él lo vió primero y se quedó parado. Y yo entonces le dije: ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que se ve? Y entonces me asomé por encima de la valla y no puedo describir lo que sentí al verlo. Era maravilloso. Parecía un cuadro colgado en el exterior del vagón y comprendí porqué toda aquella gente estaba allí mirándolo".
Los vagones enteros se generalizaron y, al mismo tiempo, fueron perfeccionándose con formas y dibujos complejos. a mediados de los 70, los mejores escritores de la ciudad se especializaron el la realización de obras de este tamaño que solían contener caricaturas, personajes de dibujos animados y la visión personal de los escritores con respecto a la vida en la ciudad. Llegó un momento en que algunos escritores dejaron de conformarse con el espacio que les propiciaba un solo vagón y empezaron a pintar "Married Couple" o "Gusanos" que equivalían a dos vagones enteros. Lee era uno de ellos: "Siempre he pensado que mi obra más conseguida fue La tierra es el infierno, el cielo es la vida, una pintada que ocupaba dos vagones enteros. El cielo es la vida estaba pintado con colores claros y suaves. Era mi visión personal del cielo. flores y montañas, el sol, una paloma, mariposas y Dios con las dos manos levantadas como si estuviera predicando. En el siguiente coche me disparé, le dije a la ciudad cuál era su verdadero aspecto. Había un soldado con una pistola, todo su cuerpo estaba pintado de verde, y a su lado había un mensaje que decía Detened la guerra. Dibujé fábricas grises y sombras con grandes chimeneas. También dibujé a un hombre ahorcando a un perro para poner de relieve la crueldad con los animales. Y un tipo estrangulando a su chica. dibujé manchas de sangre y al presidente echando un discurso y a la gente mirándolo, detrás de él se veía una bandera americana, pero no eran la verdadera, y escribí al lado: Votadme y os daré todo lo que queréis y Vota Nixon y todas esas cosas. También había misiles apuntando hacia el cielo, que estaba pintado oscuro y con sombras naranjas, como si estuviese ardiendo, y en él se leía La tierra es el infierno. Todo el vagón era muy oscuro. si volviera a pintar algo así lo haría más grande y más exagerado. Haría cinco vagones enteros con el cielo y otros cinco con la Tierra y las malas cosas y pintaría ángeles tocando la trompeta y a Dios juzgando a los justos y a los pecadores".
Cuando parecía que la única regla a seguir por los escritores en el juego de la competición era la calidad de las obras, algunos escritores revolucionaron este concepto de competición añadiendo una nueva regla: La cantidad. Apareció entonces un nuevo término en el vocabulario del graffiti: "El rey de Línea", título que se otorgaba al escritor que más obras realizaba en una misma línea de metro, sin importar la calidad, convirtiéndose así en el dueño absoluto de dicha línea. Así, para conseguir este fin, no importaban los medios y se hizo muy popular entre los escritores una nueva forma de graffiti totalmente diferente de la anterior, los "Throw Ups" o Vomitados (también llamados Potas). Hasta entonces este término se había usado para describir a las obras pobres en diseño y ejecución. Tuvo que ser el escritor In quien encontrara la manera de convertir estos defectos en algo positivo.
En verano de 1975, según el testimonio de muchos escritores, In decidió recuperar el espíritu de competición apoyándose puramente en la cantidad de piezas que cada escritor realizara en los vagones de metro. In escogió este nombre porque era corto y fácil y no necesitaba mucha pintura para escribirlo cuantas veces quisiera. empezó a pintar su nombre en una versión chapucera y desigual de la Letra pompa. Al principio sólo pintaba su nombre una o dos veces en cada vagón, pero luego empezó a bombardear los trenes cubriendo vagones enteros con lo que él mismo denominaba "Mis vomitados". Al principio los escritores no tenía a in en mucha consideración debido a la carencia total de estilo, pero cuando sus vomitados empezaron a contarse por miles, tuvieron que admitir que, con estilo o sin él, In era el que más se dejaba ver. A medida que la fama de In aumentaba, otros escritores empezaron a adoptar nombre de sólo dos letras y a pintar sus propios throw ups. Incluso Jester, uno de los escritores con más estilo del momento, cambió su nombre por el de DY para realizar vomitados.
Algunos escritores combinaban ambas maneras de pintar, apareciendo a veces en forma de throw up y otras en formatos de mayor envergadura, difundiendo con los primeros su nombre y con los segundo demostrando su estilo. Los escritores especializados en Whole Cars como Lee o Blade calificaban abiertamente los throw ups como "montones de basura" y se lamentaba de la popularidad que estabn alcanzando, ya que para ellos ésto constituía la muerte del graffiti.
In celebró su throw up número 5.000 pintando un vagón entero de lo más espectacular cubierto de estrellas y colorido como un arco iris, como queriendo demostrar que también podía hacer obras mayores si se lo proponía. luego volvió a sus pálidos y churretosos vomitados y se dice que no paró hasta completar el numero 10.000. En ese momento, según Tracy 168, In fue declarado Rey de todas las líneas. stan 153 confirma esto mismo: "Consiguió lo que quería. era el rey de todo ¡Diez mil obras! No eran bonitas, pero la verdad es que aparecían en todas partes". tras pintar un vagón entero con el que celebraba su vomitado 10.000 con letras en tres dimensiones, In se retiró. Cap fue otro de los escritores defensores de la cantidad pero actuando de una forma más drástica, ya que generalmente realizaba sus throw ups encima de la obra de otros escritores defensores de la calidad, por lo cual no obtuvo el respeto de la mayoría de los escritores como ocurrió con el caso de In.
Esta competición entre calidad y cantidad continuó hasta principios de los 80, cuando el graffiti entra en una etapa crítica para su supervivencia.
Se podría denominar como un factor común en todos los escritores del metro el concepto de competición que existía por la búsqueda de captar la atención de los usuarios del metropolitano así como de los escritores rivales. Esto les llevó a desarrollar nuevos recursos que intentarán impresionar por su originalidad o por su cantidad para resaltar sobre el resto. de esta manera, el graffiti evolucionaría de manera inconsciente en poco tiempo. Tal fue el grado de intervención del graffiti en los vagones que hoy nadie puede relatar la historia del metro neoyorkino sin dedicar un capítulo a sus pintadas.
Una vez más, como recurso narrativo, recurriré a impresiones de sus protagonistas. Qué mejor manera que reflejar los sentimientos de sus autores en un momento determinado, acercándonos a una visión subjetiva del los mismos que nos permita comprender mejor su afán por coseguir nuevas maneras de destacar sobre el resto. Voy a dividir en tres etapas el desarrollo del graffiti en el metro de Nueva York, atendiendo al espíritu y condicionantes del momento.
Esta es la etapa más primitiva del graffiti en el metro de Nueva York, su periodo de gestación, por decirlo de alguna forma. Cronológicamente coincide con finales de los años 60 hasta mediados de los 70. Hubo una gran evolución desde el uso de los primeros pinceles y rotuladores hasta la llegada de los aerosoles, mucho más rápido, limpios y, en definitiva, eficaces. Los primeros tags que se popularizaron fueron los de Taki 183 y otros escritores de época. Retomando un poco de historia recordaremos que el estilo de Top Cat (el Broadway Elegant) se implantó en otros escritores en la zona de Manhattan, lo que hizo que rápidamente surgieran estilos propios en Brooklyn y en el Bronx. Poco antes de mitad de los 70, nacieron innovaciones por parte de Super Kool y Phase 2 que vieron la necesidad de hacer destacar sus tags entre el inmenso amasijo de firmas que llenaban el interior y el exterior de los vagones.
Super Kool creó en 1972 el primer intento de "Obra Maestra" (Master Piece), que posteriormente se terminó llamando únicamente "Obra" (Piece). De la misma manera que los estilos de firma evolucionaban gracias a la aparición de nuevos rotuladores con nuevas puntas, los tags realizados con aerosol evolucionaron gracias a la llegada de válvulas de trazo grueso. Super Kool se dió cuenta de que intercambiando una válvula convencional de spray de pintura por otra del tipo de los sprays de espuma o almidón con una abertura mayor, el spray de pintura soltaba mayor cantidad de la misma, cubriendo mayor superficie en menor tiempo, dándoles además un aspecto aterciopelado, y ello con una sola pasada. Armado con un spray de pintura rosa con la válvula modificada y otro de pintura amarilla con válvula normal, Super Kool se introdujo en el apartadero de la calle 221 y pintó su nombre en grandes letras rosas perfiladas con una línea fina amarilla. La obra resultante estaba un tanto torcida y la forma de las letras era algo irregular, pero era la pieza más colorida y espectacular de las realizadas hasta el momento en el metro de Nueva York.
Por su parte, Phase 2, un escritor del Bronx, fue el primero en desarrollar una auténtica "Obra Maestra". Partiendo del diseño básico de la obra de Super Kool, escribió su nombre en letras inmensas, huecas, pero bien formadas, coloreadas y perfiladas, que bautizó con el nombre de "Letras Pompa" (Bubble Letters). De este estilo de letras creó posteriormente más variaciones abriendo además el camino a otros escritores que continuaron desarrollando las letras pompa.
Phase 2 y SuperKool encendieron la mecha de la etapa que posteriormente estallaría en una Guerra de Estilos (Style Wars) gracias al paso que dieron en la evolución de los primitivos tags a letras personalizadas con cuerpo y forma. Cabe destacar, antes de meternos en el periodo de la Guerra de estilos, otro precedente en la evolución del graffiti fue la obra de Pistol 1, un escritor de Brooklyn, que pintó la primera pieza con letras tridimensionales (3D Letters). Ésta consistía en su nombre pintado en letras rojas y blancas y sólo parcialmente perfiladas con una línea en determinadas zonas de la obra que le daban a la misma un aspecto tridimensional. El escritor Fred describía con las siguientes palabras la reacción de los demás escritores ante la obra tridimensional de pistol: "Vinieron a verla escritores de todas partes de la ciudad. Durante algún tiempo todo el mundo hablaba de ella porque todos querían hacer algo así, pero no se creían capaces. Pistol debió ensayarlo muchísimas veces en papel antes de conseguirlo". Pasado algún tiempo otros escritores empezaron a intentarlo, y luego eran muchos los que las hacían, incluso las mejoraban dándoles su toque personal.
Es la etapa comprendida entre mediados de los 70 y principios de los 80. Es un momento en el que el concepto de competición alcanza sus cotas más altas, produciéndose en este periodo obras de gran calidad. En este momento se introduce un nuevo concepto en el vocabulario del graffiti: "Maestro de estilo". Anteriormente se habían otorgado títulos similares a otros escritores, pero sólo en base al número de firmas u obras que habían logrado pintar.
Se produce entonces una dicotomía entre dos formas distintas de alcanzar la fama: ¿Cantidad o calidad? Ahora el estilo también pasa a ser un arma para destacar del resto aparte de la cantidad de firmas que un escritor fuese capaz de estampar. De ahí que la llamada guerra de estilos derive en un intento de innovación constante. Algunos escritores llegaron a cambiarse el nombre con la esperanza de que una nueva combinación de letras les inspirasen nuevos diseños. A lo largo de las líneas de todo el metropolitano, los escritores trataban de superarse unos a otros mediante el uso de colores y diseño de sus pintadas. A medida que se avanzaba técnicamente en la calidad de las obras, iba aumentando el tamaño de las mismas. Muchos escritores encontraban pequeño el espacio comprendido entre las ventanas y la parte inferior del tren y empezaron a extenderse por encima de éstas creando los conocidos "Top to bottom" (Piezas de arriba a abajo) que ocupaban desde la parte inferior del vagón hasta la superior del mismo. De igual manera se extendían en sentido longitudinal las llamadas "End to end" (Piezas de extremo a extremo), que ocupaban de un extremo del vagón a otro. Aron 155 describe de esta manera su reacción al ver por primera vez un Top to bottom: "Riff revolucionó el mundo del graffiti con el primer Top to bottom. Era muy bonito. De largo ocupaba como medio vagón y el nombre estaba pintado con letras amarillas con churretes rojos y sombras como si fueran grietas. Todo el mundo fue a verlas y no dejaban de hablar de ellas. Cuando yo la vi por primera vez iba con mi madre al juzgado, no lo pude resistir y me puse a dar saltos y a gritar. Ella me miró sin comprender nada".
La obras continuaron aumentando de tamaño y complejidad, hasta que, a finales del 73 se pintó el primer "Whole Car" o Vagón entero. Stan 153 recuerda así este acontecimiento: "Nada más aparecer, Flint 707 superó a todo el mundo. Hizo una obra en letras tridimensionales que ocupaba todo el lateral de un vagón, de arriba a abajo y de un extremoa otro. Estaban pintadas a rayas, como su fuera un caramelo, en color negro y plata con una lista azul y una nube en blanco. Como las letras eran en tres dimensiones daban la impresión de estar apoyadas sobre el vagón. Por entonces no se le había ocurrido a nadie pintar algo así. Para pintarlo tenías que colgarte del tren y podías caerte. Pero él lo hizo, y la gente se volvió loca después de aquello. Yo estaba allí cuando él empezó a pintar y le dije: No podrás, no hay manera de hacerlo. pero al día siguiente via toda aquella gente, hombres, mujeres y niños obserbando desde la valla de la cochera número tres. Me acerqué hacia ellos con Jace y él lo vió primero y se quedó parado. Y yo entonces le dije: ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que se ve? Y entonces me asomé por encima de la valla y no puedo describir lo que sentí al verlo. Era maravilloso. Parecía un cuadro colgado en el exterior del vagón y comprendí porqué toda aquella gente estaba allí mirándolo".
Los vagones enteros se generalizaron y, al mismo tiempo, fueron perfeccionándose con formas y dibujos complejos. a mediados de los 70, los mejores escritores de la ciudad se especializaron el la realización de obras de este tamaño que solían contener caricaturas, personajes de dibujos animados y la visión personal de los escritores con respecto a la vida en la ciudad. Llegó un momento en que algunos escritores dejaron de conformarse con el espacio que les propiciaba un solo vagón y empezaron a pintar "Married Couple" o "Gusanos" que equivalían a dos vagones enteros. Lee era uno de ellos: "Siempre he pensado que mi obra más conseguida fue La tierra es el infierno, el cielo es la vida, una pintada que ocupaba dos vagones enteros. El cielo es la vida estaba pintado con colores claros y suaves. Era mi visión personal del cielo. flores y montañas, el sol, una paloma, mariposas y Dios con las dos manos levantadas como si estuviera predicando. En el siguiente coche me disparé, le dije a la ciudad cuál era su verdadero aspecto. Había un soldado con una pistola, todo su cuerpo estaba pintado de verde, y a su lado había un mensaje que decía Detened la guerra. Dibujé fábricas grises y sombras con grandes chimeneas. También dibujé a un hombre ahorcando a un perro para poner de relieve la crueldad con los animales. Y un tipo estrangulando a su chica. dibujé manchas de sangre y al presidente echando un discurso y a la gente mirándolo, detrás de él se veía una bandera americana, pero no eran la verdadera, y escribí al lado: Votadme y os daré todo lo que queréis y Vota Nixon y todas esas cosas. También había misiles apuntando hacia el cielo, que estaba pintado oscuro y con sombras naranjas, como si estuviese ardiendo, y en él se leía La tierra es el infierno. Todo el vagón era muy oscuro. si volviera a pintar algo así lo haría más grande y más exagerado. Haría cinco vagones enteros con el cielo y otros cinco con la Tierra y las malas cosas y pintaría ángeles tocando la trompeta y a Dios juzgando a los justos y a los pecadores".
Cuando parecía que la única regla a seguir por los escritores en el juego de la competición era la calidad de las obras, algunos escritores revolucionaron este concepto de competición añadiendo una nueva regla: La cantidad. Apareció entonces un nuevo término en el vocabulario del graffiti: "El rey de Línea", título que se otorgaba al escritor que más obras realizaba en una misma línea de metro, sin importar la calidad, convirtiéndose así en el dueño absoluto de dicha línea. Así, para conseguir este fin, no importaban los medios y se hizo muy popular entre los escritores una nueva forma de graffiti totalmente diferente de la anterior, los "Throw Ups" o Vomitados (también llamados Potas). Hasta entonces este término se había usado para describir a las obras pobres en diseño y ejecución. Tuvo que ser el escritor In quien encontrara la manera de convertir estos defectos en algo positivo.
En verano de 1975, según el testimonio de muchos escritores, In decidió recuperar el espíritu de competición apoyándose puramente en la cantidad de piezas que cada escritor realizara en los vagones de metro. In escogió este nombre porque era corto y fácil y no necesitaba mucha pintura para escribirlo cuantas veces quisiera. empezó a pintar su nombre en una versión chapucera y desigual de la Letra pompa. Al principio sólo pintaba su nombre una o dos veces en cada vagón, pero luego empezó a bombardear los trenes cubriendo vagones enteros con lo que él mismo denominaba "Mis vomitados". Al principio los escritores no tenía a in en mucha consideración debido a la carencia total de estilo, pero cuando sus vomitados empezaron a contarse por miles, tuvieron que admitir que, con estilo o sin él, In era el que más se dejaba ver. A medida que la fama de In aumentaba, otros escritores empezaron a adoptar nombre de sólo dos letras y a pintar sus propios throw ups. Incluso Jester, uno de los escritores con más estilo del momento, cambió su nombre por el de DY para realizar vomitados.
Algunos escritores combinaban ambas maneras de pintar, apareciendo a veces en forma de throw up y otras en formatos de mayor envergadura, difundiendo con los primeros su nombre y con los segundo demostrando su estilo. Los escritores especializados en Whole Cars como Lee o Blade calificaban abiertamente los throw ups como "montones de basura" y se lamentaba de la popularidad que estabn alcanzando, ya que para ellos ésto constituía la muerte del graffiti.
In celebró su throw up número 5.000 pintando un vagón entero de lo más espectacular cubierto de estrellas y colorido como un arco iris, como queriendo demostrar que también podía hacer obras mayores si se lo proponía. luego volvió a sus pálidos y churretosos vomitados y se dice que no paró hasta completar el numero 10.000. En ese momento, según Tracy 168, In fue declarado Rey de todas las líneas. stan 153 confirma esto mismo: "Consiguió lo que quería. era el rey de todo ¡Diez mil obras! No eran bonitas, pero la verdad es que aparecían en todas partes". tras pintar un vagón entero con el que celebraba su vomitado 10.000 con letras en tres dimensiones, In se retiró. Cap fue otro de los escritores defensores de la cantidad pero actuando de una forma más drástica, ya que generalmente realizaba sus throw ups encima de la obra de otros escritores defensores de la calidad, por lo cual no obtuvo el respeto de la mayoría de los escritores como ocurrió con el caso de In.
Esta competición entre calidad y cantidad continuó hasta principios de los 80, cuando el graffiti entra en una etapa crítica para su supervivencia.
Re: Historias del Graffiti
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HISTORIA DEL GRAFFITI III(MAYORMENTE MADRID)
En esta sección hablaré de los inicios del graffiti en España, limitándome brevemente al movimiento de graffiti autóctono en el Madrid de los 80 (el Madrid de La Movida), pero sobre todo me he centrado en el relato sobre, quizás, el personaje más representativo de la época: Muelle.
Muelle se impuso en el Madrid de los años ochenta sólo por su apodo convertido en rúbrica, una firma donde no había demasiados propósitos artísticos. La espiral terminada en punta de flecha que hacía de vector a la lectura bajo las letras, no era apropiadamente un dibujo, sino un recurso caligráfico bastante elemental.
A la larga, no tuvo mucha fortuna en aquello de colocar su creación (en realidad su nombre), tener un galerista, probar con otros soportes. Soñaba Muelle con derechos de autor, con tener un buen local y mejores instrumentos para ensayar con sus colegas del grupo de rock donde tocaba; soñaba con poder hacer en una imprenta de verdad aquellas pegatinas que esmeradamente coloreaba a mano , y soñaba buscando incansablemente el muro limpio que se viera bien al pasar (como su última obra importante: la firma a seis colores en la M-30, ya borrada). Sus cálculos en las estaciones del metro le crearon enemigos, tanto entre el funcionario del metropolitano como entre los propios chicos del grafito, pues había quien iba detrás para emborronar la obra o algún imitador, que siempre detectaba.
Lo que Muelle no previó jamás es que su firma se iba a quedar como parte de una geografía de la que se participa sin conciencia y con mucha prisa. La firma de Muelle se ve pero no se mira. Con algo de buena voluntad, algo habrá de conservar, que hoy, arrancar trozos de muro pintarrajeados y guardarlos, tras lo de Berlín, no resulta nada raro. El que tenga un Muelle que lo cuide. Ya no habrá más.
Juan Carlos Argüello, Muelle, murió a los 29 años víctima de un cáncer. El profeta de los grafiteros castizos, que adornó el Madrid de la segunda mitad de los ochenta con su peculiar marca, alumbró a toda una pléyade de guerreros del aerosol que usaban los muros de la ciudad para expresar una actitud y una ética distintas a las convencionales. Ahora, después de miles de pintadas, la herencia mural de Muelle es escasa. Pero el concejal de cultura está dispuesto a exhibir alguna de sus obras si recibe solicitudes para ello. Sería un homenaje póstumo al artista callejero que dió bastante trabajo a otro servicio municipal, el de Limpiezas. Un empleado de ese departamento se refería al artista callejero como "ése que puso de moda el guarrear la ciudad".
Muelle había dejado de actuar en 1993,al considerar que su "mensaje" estaba ya "agotado". Casi todas sus huellas y las de sus epígonos han sido borradas por bayetas municipales, y sus retoños pintan garabatos inspirados en las nuevas culturas de baile.
Muelle se hizo, literalmente, un nombre en las calles del Madrid de la movida. A partir de 1984 difundió su mote (que arrancaba desde la escuela, por haberse hecho una bicicleta con un muelle gigante de amortiguador) por el perfil estético de la ciudad, a través de miles de pintadas. Primero en el barrio de Campamento, donde vivía. Después por toda la Villa y Corte, e incluso por toda España. Casi siempre con nocturnidad. Al principio sus obras eran meras firmas. Posteriormente empezó a sombrearlas con colores o con dimensiones de profundidad, que le aproximaban a la estética del grafito neoyorquino. Los años de práctica también le proporcionaron unos sólidos principios éticos. Muelle fue seleccionando sus lienzos, concentrándose en superficies muy visibles, tapias de solares o vallas publicitarias(por las que sentía predilección, ya que consideraba su "mensaje" como un antídoto contra el bombardeo de imágenes que nos invade). Evitaba lugares de interés cultural o natural. Le preocupaba, incluso, el hecho de que los aerosoles que usaba se cargaran la capa de ozono. Lo suyo, como él mismo decía, era una historia carismática, democracia cultural en movimiento, corte de mangas al sistema. Voluntad de expresión de un chaval de barrio con ganas de dejar impronta, tanto plástica como sonora (aporrear los parches de su batería era su otra pasión).
No admitía bromas al respecto: en diciembre de 1985 Muelle registró su logotipo en la propiedad industrial, y nunca permitió que su nombre quedara ligado a marca o establecimiento alguno. El dinero para el maletín repleto de rotuladores y aerosoles salía de su bolsillo. Incluso llegó a poner pleitos a un par de agencias de publicidad, acusándolas de haber plagiado parte de su logo. Hasta llegó a denunciar, en junio de 1988,al mismísimo ayuntamiento de Madrid, con ocasión de una ilustración en la revista Villa de Madrid que reproducía su marca. Y es que con el consistorio no parecía llevarse bien. En 1987 fue sorprendido mientras plasmaba su rúbrica sobre el pedestal de la estatua al oso y el madroño, pocas horas después del emplazamiento definitivo de ella en la entonces recién remodelada Plaza del Sol. Multado con 2500 pesetas, Muelle defendió ardorosamente, como un moderno Veronés la validez de su arte callejero ante los tribunales. La repercusión de su hazaña le valió para salir en los periódicos, en una de las pocas veces en que relajó su reacia actitud hacia los medios de comunicación. Un año más tarde, cuando operarios municipales limpiaban la estatua de la Cibeles, todas las cubiertas del andamiaje que rodeaba la estatua aparecieron firmadas por él.
Su actividad transcurrió al margen de las instituciones. Pero éstas son las únicas que pueden preservar lo que queda de su obra (después de haber destruido la mayoría), como el enorme logo en rojo que saluda a la Red de San Luis, varios metros por encima de la acera, a la altura del número 32 de la calle de la Montera. Es una de las pocas pintadas de Muelle que aún existen en la ciudad. El concejal de cultura deja abierta la puerta a la conservación de alguna pieza. Pero no es el único protagonista. Muelle también viajó con su arte fuera de Madrid y allá por donde anduvo no se recató en dejar huella. La huella del aerosol.
En Madrid, la mole del depósito de agua que se alza siniestro y gris a la altura de Plaza de Castilla sigue intacto. Todavía no ha sucumbido a los sprays de Muelle. Pero la osadía de algunos seres alcanza cotas insospechadas y cualquier día los madrileños madrugadores pasarán ante la estructura de hormigón y pensarán que aún no se han despertado. Porque un día cualquiera del invierno que se avecina descubrirán en ese portento de la fealdad ingenieril un toque de color, una "M" realizada con un "looping" y una rúbrica en forma de tirabuzón terminado en una flecha. Ese día se habría cumplido el que según afirman es el sueño de Muelle. Arrepentido de anteriores y lacónicas manifestaciones a la prensa, celoso de su propia imagen hasta el punto de desear ser un nuevo caballero inexistente, como el de Italo Calvino, Muelle no quiere que su presencia salga del plano en que se manifiesta su firma, sobre las tres dimensiones de los seres humanos y se personalice. Los recortes de prensa, la policía, los juzgados y el ministerio de Industria, donde ha quedado registrado el nombre para evitar posibles pirateos comerciales, aseguran que tras esa firma colorida y omnipresente se esconde un tal Juan Carlos Argüello, residente en el barrio madrileño de Campamento. Pero Muelle quiere seguir siendo el caballero inexistente; ha cambiado la armadura por una chupa de colores, el alazán por una Vespino petardeante y ya no es un hidalgo "de adarga en astillero" sino de spray en mano.
De niño empezó a ser conocido por los chicos del barrio como Muelle el día en que, según cuenta la leyenda, completó una bicicleta completamente destartalada con un inmenso muelle recogido no se sabe en qué oscuro vertedero. Ahora empieza a ser tan emblemático en Madrid como el oso y el madroño. Precisamente, una pintada en el pedestal de este monumento provocó el descubrimiento de que tras aquella firma fantasma había una persona concreta. Fue un desafío para Muelle, un cebo para que el sereno de la zona se le echara encima y avisara con su walkitalkie a sus compañeros: "trincado al Muelle". Siete de ellos acudieron para ver al que hasta entonces no había sido más que una sombra fugaz que dejaba a su paso una estela de color; haciendo caso omiso de unas calles que a esa hora están plagadas de prostitutas y borrachos que salen de algunos de los templos de la posmodernidad, navajeros y yonkis sosegados ,los serenos rodearon a Muelle; estaban entonces, según testigos presenciales, como si en una operacióm milimétricamente planeada hubieran capturado al enemigo público número uno.
Este no fue el único encuentro con los guardianes de la ley. Su primera detención se había producido cuando un guarda jurado lo pescó estampando su firma en un cartel publicitario del metro. El juez le puso una multa de 2500 pesetas, una primera multa a la que se fueron sucediendo otras hasta las 12000 pesetas, canjeables por dos días de cárcel, que pagó el mes pasado. En otra ocasión, una noche, se hallaba realizando una pintada en la zona de Embajadores. Notó-cuenta un amigo indiscreto-que había sido controlado por un Nissan de la policía. Saltó a la moto y, callejeando, intentó una huída desesperada. Desembocó en una avenida y...¡Maldición: un semáforo en rojo! Su respeto por las normas de circulación lo puso en manos de la poli.
-¿Eres tú el que estabas haciendo la pintada?
-¿Qué pintada?
-¡Hombre, un listillo!
-Sí, era yo.
-¿Tú eres el Muelle?
-Sí,¿por qué?
-¿Te importaría firmarnos un autógrafo?
Con su popularidad han crecido los amigos apócrifos y, cuentan, él se divierte tirando de la lengua a la gente que inventa leyendas ,inexistentes amistades y supuestas correrías nocturnas spray en mano. No ha faltado quien atribuyó las pintadas a una agresiva e imaginativa campaña publicitaria orquestada por una multinacional; quien aseguró que obedecían a las herméticas maniobras de infiltración de una secta, quien aducía saber de buena tinta que en realidad se trataba del lanzamiento de un nuevo colchón de muelles indeformables. Lo cierto es que una conocida fábrica de colchones llegó a ofrecer cinco millones de pesetas por la marca, oferta que fue rechazada por el grafitero para estupefacción de su madre y orgullo de sus seguidores. No siempre que Muelle se ha visto envuelto en asuntos judiciales ha sido en calidad de denunciado. Según afirma un incondicional de Muelle, un concejal de distrito pone auténtica saña en el borrado de las rúbricas, llegando los servicios de limpieza enviados por él a respetar otras pintadas realizadas junto a las mismas. En otras ocasiones, los "limpias" del ayuntamiento pasan de todo y respetan sus pintadas. Paradójicamente, nuestro héroe ha llegado a denunciar el uso indebido de su marca en la revista Villa de Madrid, editada por el ayuntamiento. También denunció el plagio de su rúbrica en el lanzamiento publicitario de un coche, pero para alguien que se gasta su escaso presupuesto en rotuladores y sprays resulta oneroso interponer una demanda penal.
El ayuntamiento de Parla llegó a pedirle que impartiera un cursillo de pintadas a los chicos de la localidad para que aprendieran a canalizar sus ímpetus pictóricos sin destrozar el entorno. Y es que Muelle, después de casi una década de aprendizaje práctico, está orgulloso de su respeto ciudadano: sólo pinta en aquellos lugares baldíos, paredes abandonadas, tristes vallas de obras, en los que su impronta no daña monumentos o da un toque decorativo al paisaje urbano. En su casa, además de haber desesperado a su madre por el furor con que decora las paredes, realiza los bocetos y pruebas de color que tiznarán la ciudad; es lógico: una pintada polícroma puede llegar a costarle 5000 pesetas (hablamos de los tiempos de los Novelty y de los "Duplix", ojo, la gente de la vieja escuela sabe lo que costaban esos botes en aquella época). A sus veinticinco años se ha convertido en un famoso desconocido; su casa se llena de niños de los rincones más variados de Madrid que le piden una rúbrica en la camiseta o que convierta sus nombres en un graffiti. Deseoso de mantenerse en el anonimato y, a la vez, comunicarse, ha abierto un apartado de correos, el #####, al que mandan caricaturas, firmas con logos, y cartas de amas de casa, niños y profesores.
Cuentan que se siente feliz con lo que él llama su "carisma" y sólo le preocupa que puedan confundirlo con uno de esos "niñatos" que pintan en cualquier superficie.
(Extraído de un artículo de 1991)
Los llamados flecheros madrileños reperesentan a un colectivo de jóvenes graffiteros madrileños de la época de los 80 que desarrollaron un estilo de graffiti autóctono, desligado por completo del original movimiento de graffiti neoyorkino tal y como hoy lo conocemos.
El término flecheros viene de la inclusión de flechas en sus firmas. Estos tags surgen de forma espontánea y natural, sin referencia alguna al graffiti importado desde los EEUU, siendo el pionero en nuestro país Muelle a principios de los 80 y seguido por otra serie de escritores símbolos de una época como Rafita, Max 501, Blek "La Rata", Glub, Remebe, Tifón, Josesa Punk... Con una filosofía de graffiti definida, en parámetros generales, por un respeto a los monumentos y lugares artísticos y por el emplazamiento arriesgado de sus pintadas, generalmente en céntricas calles o autopistas. Se caracterizaban, además, por el hecho de engordar su firma añadiéndole bordes, brillos y sombras para hacerla destacar. Ésto le confería un estilo específico y una gran personalidad a la insignia de cada uno.
Un dato importante a destacar es, como ya se ha dicho, la desvinculación de estos graffiteros con el graffiti proveniente de EEUU (el cual ya llegó a Europa dentro del paquete Hip Hop). Nos encontrábamos así con que muchos de estos graffiteros eras heavies, rockeros o símplemente no pertenecían a ninguna tribu urbana, en contra de lo que pasaría en la llegada de la segunda oleada de graffiteros a principio de los 90, donde este movimiento estaba más ligado al rap y en general al movimiento Hip Hop.
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HISTORIA DEL GRAFFITI III(MAYORMENTE MADRID)
En esta sección hablaré de los inicios del graffiti en España, limitándome brevemente al movimiento de graffiti autóctono en el Madrid de los 80 (el Madrid de La Movida), pero sobre todo me he centrado en el relato sobre, quizás, el personaje más representativo de la época: Muelle.
Muelle se impuso en el Madrid de los años ochenta sólo por su apodo convertido en rúbrica, una firma donde no había demasiados propósitos artísticos. La espiral terminada en punta de flecha que hacía de vector a la lectura bajo las letras, no era apropiadamente un dibujo, sino un recurso caligráfico bastante elemental.
A la larga, no tuvo mucha fortuna en aquello de colocar su creación (en realidad su nombre), tener un galerista, probar con otros soportes. Soñaba Muelle con derechos de autor, con tener un buen local y mejores instrumentos para ensayar con sus colegas del grupo de rock donde tocaba; soñaba con poder hacer en una imprenta de verdad aquellas pegatinas que esmeradamente coloreaba a mano , y soñaba buscando incansablemente el muro limpio que se viera bien al pasar (como su última obra importante: la firma a seis colores en la M-30, ya borrada). Sus cálculos en las estaciones del metro le crearon enemigos, tanto entre el funcionario del metropolitano como entre los propios chicos del grafito, pues había quien iba detrás para emborronar la obra o algún imitador, que siempre detectaba.
Lo que Muelle no previó jamás es que su firma se iba a quedar como parte de una geografía de la que se participa sin conciencia y con mucha prisa. La firma de Muelle se ve pero no se mira. Con algo de buena voluntad, algo habrá de conservar, que hoy, arrancar trozos de muro pintarrajeados y guardarlos, tras lo de Berlín, no resulta nada raro. El que tenga un Muelle que lo cuide. Ya no habrá más.
Juan Carlos Argüello, Muelle, murió a los 29 años víctima de un cáncer. El profeta de los grafiteros castizos, que adornó el Madrid de la segunda mitad de los ochenta con su peculiar marca, alumbró a toda una pléyade de guerreros del aerosol que usaban los muros de la ciudad para expresar una actitud y una ética distintas a las convencionales. Ahora, después de miles de pintadas, la herencia mural de Muelle es escasa. Pero el concejal de cultura está dispuesto a exhibir alguna de sus obras si recibe solicitudes para ello. Sería un homenaje póstumo al artista callejero que dió bastante trabajo a otro servicio municipal, el de Limpiezas. Un empleado de ese departamento se refería al artista callejero como "ése que puso de moda el guarrear la ciudad".
Muelle había dejado de actuar en 1993,al considerar que su "mensaje" estaba ya "agotado". Casi todas sus huellas y las de sus epígonos han sido borradas por bayetas municipales, y sus retoños pintan garabatos inspirados en las nuevas culturas de baile.
Muelle se hizo, literalmente, un nombre en las calles del Madrid de la movida. A partir de 1984 difundió su mote (que arrancaba desde la escuela, por haberse hecho una bicicleta con un muelle gigante de amortiguador) por el perfil estético de la ciudad, a través de miles de pintadas. Primero en el barrio de Campamento, donde vivía. Después por toda la Villa y Corte, e incluso por toda España. Casi siempre con nocturnidad. Al principio sus obras eran meras firmas. Posteriormente empezó a sombrearlas con colores o con dimensiones de profundidad, que le aproximaban a la estética del grafito neoyorquino. Los años de práctica también le proporcionaron unos sólidos principios éticos. Muelle fue seleccionando sus lienzos, concentrándose en superficies muy visibles, tapias de solares o vallas publicitarias(por las que sentía predilección, ya que consideraba su "mensaje" como un antídoto contra el bombardeo de imágenes que nos invade). Evitaba lugares de interés cultural o natural. Le preocupaba, incluso, el hecho de que los aerosoles que usaba se cargaran la capa de ozono. Lo suyo, como él mismo decía, era una historia carismática, democracia cultural en movimiento, corte de mangas al sistema. Voluntad de expresión de un chaval de barrio con ganas de dejar impronta, tanto plástica como sonora (aporrear los parches de su batería era su otra pasión).
No admitía bromas al respecto: en diciembre de 1985 Muelle registró su logotipo en la propiedad industrial, y nunca permitió que su nombre quedara ligado a marca o establecimiento alguno. El dinero para el maletín repleto de rotuladores y aerosoles salía de su bolsillo. Incluso llegó a poner pleitos a un par de agencias de publicidad, acusándolas de haber plagiado parte de su logo. Hasta llegó a denunciar, en junio de 1988,al mismísimo ayuntamiento de Madrid, con ocasión de una ilustración en la revista Villa de Madrid que reproducía su marca. Y es que con el consistorio no parecía llevarse bien. En 1987 fue sorprendido mientras plasmaba su rúbrica sobre el pedestal de la estatua al oso y el madroño, pocas horas después del emplazamiento definitivo de ella en la entonces recién remodelada Plaza del Sol. Multado con 2500 pesetas, Muelle defendió ardorosamente, como un moderno Veronés la validez de su arte callejero ante los tribunales. La repercusión de su hazaña le valió para salir en los periódicos, en una de las pocas veces en que relajó su reacia actitud hacia los medios de comunicación. Un año más tarde, cuando operarios municipales limpiaban la estatua de la Cibeles, todas las cubiertas del andamiaje que rodeaba la estatua aparecieron firmadas por él.
Su actividad transcurrió al margen de las instituciones. Pero éstas son las únicas que pueden preservar lo que queda de su obra (después de haber destruido la mayoría), como el enorme logo en rojo que saluda a la Red de San Luis, varios metros por encima de la acera, a la altura del número 32 de la calle de la Montera. Es una de las pocas pintadas de Muelle que aún existen en la ciudad. El concejal de cultura deja abierta la puerta a la conservación de alguna pieza. Pero no es el único protagonista. Muelle también viajó con su arte fuera de Madrid y allá por donde anduvo no se recató en dejar huella. La huella del aerosol.
En Madrid, la mole del depósito de agua que se alza siniestro y gris a la altura de Plaza de Castilla sigue intacto. Todavía no ha sucumbido a los sprays de Muelle. Pero la osadía de algunos seres alcanza cotas insospechadas y cualquier día los madrileños madrugadores pasarán ante la estructura de hormigón y pensarán que aún no se han despertado. Porque un día cualquiera del invierno que se avecina descubrirán en ese portento de la fealdad ingenieril un toque de color, una "M" realizada con un "looping" y una rúbrica en forma de tirabuzón terminado en una flecha. Ese día se habría cumplido el que según afirman es el sueño de Muelle. Arrepentido de anteriores y lacónicas manifestaciones a la prensa, celoso de su propia imagen hasta el punto de desear ser un nuevo caballero inexistente, como el de Italo Calvino, Muelle no quiere que su presencia salga del plano en que se manifiesta su firma, sobre las tres dimensiones de los seres humanos y se personalice. Los recortes de prensa, la policía, los juzgados y el ministerio de Industria, donde ha quedado registrado el nombre para evitar posibles pirateos comerciales, aseguran que tras esa firma colorida y omnipresente se esconde un tal Juan Carlos Argüello, residente en el barrio madrileño de Campamento. Pero Muelle quiere seguir siendo el caballero inexistente; ha cambiado la armadura por una chupa de colores, el alazán por una Vespino petardeante y ya no es un hidalgo "de adarga en astillero" sino de spray en mano.
De niño empezó a ser conocido por los chicos del barrio como Muelle el día en que, según cuenta la leyenda, completó una bicicleta completamente destartalada con un inmenso muelle recogido no se sabe en qué oscuro vertedero. Ahora empieza a ser tan emblemático en Madrid como el oso y el madroño. Precisamente, una pintada en el pedestal de este monumento provocó el descubrimiento de que tras aquella firma fantasma había una persona concreta. Fue un desafío para Muelle, un cebo para que el sereno de la zona se le echara encima y avisara con su walkitalkie a sus compañeros: "trincado al Muelle". Siete de ellos acudieron para ver al que hasta entonces no había sido más que una sombra fugaz que dejaba a su paso una estela de color; haciendo caso omiso de unas calles que a esa hora están plagadas de prostitutas y borrachos que salen de algunos de los templos de la posmodernidad, navajeros y yonkis sosegados ,los serenos rodearon a Muelle; estaban entonces, según testigos presenciales, como si en una operacióm milimétricamente planeada hubieran capturado al enemigo público número uno.
Este no fue el único encuentro con los guardianes de la ley. Su primera detención se había producido cuando un guarda jurado lo pescó estampando su firma en un cartel publicitario del metro. El juez le puso una multa de 2500 pesetas, una primera multa a la que se fueron sucediendo otras hasta las 12000 pesetas, canjeables por dos días de cárcel, que pagó el mes pasado. En otra ocasión, una noche, se hallaba realizando una pintada en la zona de Embajadores. Notó-cuenta un amigo indiscreto-que había sido controlado por un Nissan de la policía. Saltó a la moto y, callejeando, intentó una huída desesperada. Desembocó en una avenida y...¡Maldición: un semáforo en rojo! Su respeto por las normas de circulación lo puso en manos de la poli.
-¿Eres tú el que estabas haciendo la pintada?
-¿Qué pintada?
-¡Hombre, un listillo!
-Sí, era yo.
-¿Tú eres el Muelle?
-Sí,¿por qué?
-¿Te importaría firmarnos un autógrafo?
Con su popularidad han crecido los amigos apócrifos y, cuentan, él se divierte tirando de la lengua a la gente que inventa leyendas ,inexistentes amistades y supuestas correrías nocturnas spray en mano. No ha faltado quien atribuyó las pintadas a una agresiva e imaginativa campaña publicitaria orquestada por una multinacional; quien aseguró que obedecían a las herméticas maniobras de infiltración de una secta, quien aducía saber de buena tinta que en realidad se trataba del lanzamiento de un nuevo colchón de muelles indeformables. Lo cierto es que una conocida fábrica de colchones llegó a ofrecer cinco millones de pesetas por la marca, oferta que fue rechazada por el grafitero para estupefacción de su madre y orgullo de sus seguidores. No siempre que Muelle se ha visto envuelto en asuntos judiciales ha sido en calidad de denunciado. Según afirma un incondicional de Muelle, un concejal de distrito pone auténtica saña en el borrado de las rúbricas, llegando los servicios de limpieza enviados por él a respetar otras pintadas realizadas junto a las mismas. En otras ocasiones, los "limpias" del ayuntamiento pasan de todo y respetan sus pintadas. Paradójicamente, nuestro héroe ha llegado a denunciar el uso indebido de su marca en la revista Villa de Madrid, editada por el ayuntamiento. También denunció el plagio de su rúbrica en el lanzamiento publicitario de un coche, pero para alguien que se gasta su escaso presupuesto en rotuladores y sprays resulta oneroso interponer una demanda penal.
El ayuntamiento de Parla llegó a pedirle que impartiera un cursillo de pintadas a los chicos de la localidad para que aprendieran a canalizar sus ímpetus pictóricos sin destrozar el entorno. Y es que Muelle, después de casi una década de aprendizaje práctico, está orgulloso de su respeto ciudadano: sólo pinta en aquellos lugares baldíos, paredes abandonadas, tristes vallas de obras, en los que su impronta no daña monumentos o da un toque decorativo al paisaje urbano. En su casa, además de haber desesperado a su madre por el furor con que decora las paredes, realiza los bocetos y pruebas de color que tiznarán la ciudad; es lógico: una pintada polícroma puede llegar a costarle 5000 pesetas (hablamos de los tiempos de los Novelty y de los "Duplix", ojo, la gente de la vieja escuela sabe lo que costaban esos botes en aquella época). A sus veinticinco años se ha convertido en un famoso desconocido; su casa se llena de niños de los rincones más variados de Madrid que le piden una rúbrica en la camiseta o que convierta sus nombres en un graffiti. Deseoso de mantenerse en el anonimato y, a la vez, comunicarse, ha abierto un apartado de correos, el #####, al que mandan caricaturas, firmas con logos, y cartas de amas de casa, niños y profesores.
Cuentan que se siente feliz con lo que él llama su "carisma" y sólo le preocupa que puedan confundirlo con uno de esos "niñatos" que pintan en cualquier superficie.
(Extraído de un artículo de 1991)
Los llamados flecheros madrileños reperesentan a un colectivo de jóvenes graffiteros madrileños de la época de los 80 que desarrollaron un estilo de graffiti autóctono, desligado por completo del original movimiento de graffiti neoyorkino tal y como hoy lo conocemos.
El término flecheros viene de la inclusión de flechas en sus firmas. Estos tags surgen de forma espontánea y natural, sin referencia alguna al graffiti importado desde los EEUU, siendo el pionero en nuestro país Muelle a principios de los 80 y seguido por otra serie de escritores símbolos de una época como Rafita, Max 501, Blek "La Rata", Glub, Remebe, Tifón, Josesa Punk... Con una filosofía de graffiti definida, en parámetros generales, por un respeto a los monumentos y lugares artísticos y por el emplazamiento arriesgado de sus pintadas, generalmente en céntricas calles o autopistas. Se caracterizaban, además, por el hecho de engordar su firma añadiéndole bordes, brillos y sombras para hacerla destacar. Ésto le confería un estilo específico y una gran personalidad a la insignia de cada uno.
Un dato importante a destacar es, como ya se ha dicho, la desvinculación de estos graffiteros con el graffiti proveniente de EEUU (el cual ya llegó a Europa dentro del paquete Hip Hop). Nos encontrábamos así con que muchos de estos graffiteros eras heavies, rockeros o símplemente no pertenecían a ninguna tribu urbana, en contra de lo que pasaría en la llegada de la segunda oleada de graffiteros a principio de los 90, donde este movimiento estaba más ligado al rap y en general al movimiento Hip Hop.
Re: Historias del Graffiti
Buaaaaaaa
sta mu bien. Bien hecho el-me-cha
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ravimon- Moderador
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Re: Historias del Graffiti
jaja les gusta mucho el graffiti deberian venir a mexico xD
Joy- Admin
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Re: Historias del Graffiti
si pero nda iguala a los mexicanos xD
mini R.O.B- Nuevo Wiiero
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Re: Historias del Graffiti
Muy buen post,por cierto yo ago graffitis,mas bien bocetos porque tengo 12 años,tengo una idea jeje.
¿Porque no subimos las fotos de los graffitis que hacemos?
My firma es CoRe,pero VTK es como la forma disminuida de VICTANKOS (mi mote)
¿Porque no subimos las fotos de los graffitis que hacemos?
My firma es CoRe,pero VTK es como la forma disminuida de VICTANKOS (mi mote)
Victankos- Wiiero Chaval
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Re: Historias del Graffiti
xDD la letra se ve bien pero el dibujo deja muxo ke desear,.. al igual luego cuelgo uno mio
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